29.1.12


-Sanji-kun...

En efecto. No había lugar a dudas. Esa era Nami. Su pelirroja. La segura y decidida navegante de la tripulación. Pero... algo no encajaba. Juraría que el tono con el que se dirigía a él, esa cadencia, tenía un atisbo de descarada sugerencia provocativa. Pero, no podía ser, ¿verdad? Ella, al igual que todas las féminas, siempre había rechazado sus rocambolescos flirteos. Sus fantasías debían de estar jugándosela... Sin embargo, ahí estaba su ángel, acercándosele con esa mirada que pretendía (y lo conseguía con creces) ser sexy.

-¿Na-nami-swan?

La navegante se acercó más a él, sus rostros apenas a un palmo, y esbozó una sonrisa seductora mientras, manteniendo la mirada en sus ojos, posaba una mano de dedos finos sobre el pecho de él, justo donde caía la corbata. Pudo notar cómo se ponía tenso. 'Qué curioso', pensó, entre sorprendida y divertida. Harta de que no la dejase en paz ni a sol ni a sombra, tenía ganas de ponerlo a prueba. A él, el galán empedernido, el auto proclamado príncipe, el cocinero pervertido... ¿Cómo reaccionaría si ella respondiera positivamente a sus declaraciones románticas? No pretendía llegar muy lejos, sólo se aburría en esa jornada tranquila a bordo del barco y ésta era una forma de matar el tiempo. Y, en el fondo, también tenía curiosidad. Además que el rubio tampoco es que le desagradara realmente, sabía que podía confiar en él, que nunca haría nada que ella no quisiera. Y estaba ciega si no admitía que estaba de buen ver.
Un dedo bajó siguiendo la caía de la corbata, y Sanji sintió un cosquilleo erizándole la piel. Un instante después más dedos jugueteaban con los botones de su camisa. Lenta, muy lentamente, con el flequillo pelirrojo rozándole la barbilla. Tragó saliva. Realmente estaba sucediendo.

-¿Nami-swan?

Parecía tonto. ¿No podía decir otra cosa? Tenía enfrente de él a su ángel más codiciado, a esa belleza salvaje, aparentemente dispuesta a hacer realidad el deseo de cualquier hombre, él el primero de todos. Ella, dignándose a tocarle con sus manos de hada. Y él, nervioso perdido, sin poder hacer otra cosa que repetir su nombre como un tonto, aturdido, en lugar de estar aprovechándose de la situación.
Ella lo miró con la cabeza inclinada, sus ojos chocolate lo veían entre finos mechones del color del fuego, fuego que sintió el rubio cuando las manos dejaron atrás la camisa y alcanzaron la piel de su pecho. Una sonrisa provocativa acompañando su mirada felina.

-Hoy es tu día de suerte, Sanji-kun...


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