—Ese
vendedor de venenos huyó de la luna de mi vida —dijo al final Drogo, después de
estar un rato en silencio—. Ahora correrá tras ella. Eso hará. Jhogo, Jorah el Ándalo, a cada uno de
vosotros os digo esto, elegid cualquiera de mis caballos, y será vuestro.
Cualquiera excepto el mío y plata que fue mi regalo a la luna de mi vida. Eso
os obsequio por lo que habéis hecho.
»Y
a Rhaego hijo de Drogo, el semental que montará el mundo, a él también le
prometo un regalo. A él le entregaré esa silla de hierro en la que se sentaba
el padre de su madre. A él le entregaré los Siete Reinos. Eso haré yo, Drogo, khal. —Alzó la voz y levantó el
puño hacia el cielo—. Llevaré mi khalasar hacia el oeste, adonde termina el
mundo, montaré en los caballos de madera que cruzan el agua de sal negra, como
ningún otro khal ha hecho antes. Mataré a los hombres
de los vestidos de hierro y derribaré sus casas de piedra. Violaré a sus
mujeres, tomaré a sus hijos como esclavos, y traeré sus dioses a Vaes Dothrak
para que se inclinen bajo la Madre de las Montañas. Lo juro yo, Drogo, hijo de
Bharbo. Lo juro ante la Madre de las Montañas; las estrellas son testigo.